Volumen 3 N°2 / Abril 2011
Boletín Bimestral — ISSN 1852-4451
Edición: Paz Jacquier y Alejandro Pereira Ghiena

BOLETÍN DE SACCoM

 

 

Reseña de Congresos y Eventos

 

Paris, 3 de Febrero de 2011

Conferencia de Emmanuel Bigand
"Pensar el aprendizaje de la música hoy a la luz de los descubrimientos recientes en psicología y en neurociencias cognitivas"

Por Guadalupe Segalerba
(BBA, Universidad Nacional de La Plata)

Con esta propuesta tuvo lugar en Paris una jornada de estudios destinada a profesionales de la música y de la educación musical, en el marco de la formación continua para formadores, organizada por la Asociación Regional de Información y Acción Musical (ARIAM Ile-de-France). La jornada estuvo a cargo del Profesor Emmanuel Bigand como único expositor.

Emmanuel Bigand dirige el Laboratorio de Estudio del Aprendizaje y del Desarrollo en Dijon, Universidad de Borgoña, donde se desempeña también como Profesor de Psicología Cognitiva. Es miembro del Instituto Universitario de Francia. Con una sólida y vasta formación musical, se destaca como investigador en el dominio de las neurociencias. Abocado al estudio de la relación entre música y cerebro, Bigand es un autor de referencia a nivel internacional. 

En la primera parte de la jornada, Bigand abordó algunos elementos de respuestas teóricas, así como nuevos modelos fisiológicos, que abren diferentes perspectivas sobre el aprendizaje de la música y constituyen pistas para la discusión. En la segunda parte -que no trataremos aquí- revisó las teorías del aprendizaje y presentó dos documentales en soporte de video para mostrar metodologías o modelos de experiencias de aprendizaje de la música en contexto: “El sistema” (Venezuela) y “Soweto” (África del Sur).

El Poder de la música

A partir de una reflexión de Pierre Boulez que invita a repensar el aprendizaje musical, Bigand aborda una perspectiva teórica con el fin de revisar el estado de cosas en el campo de la música, a la luz de las nuevas informaciones que provienen de la ciencia. Diferentes posturas teóricas van a ser expuestas buscando explicaciones al enorme poder de la música e intentando responder a interrogantes tales como: ¿Por qué enseñar la música? ¿Con qué finalidad enseñarla a los profesionales o a los niños? ¿Para qué sirve aprender música?

Interrogarnos acerca de por qué la música tiene tanto impacto, da lugar a reflexiones fundamentales para los pedagogos. Con una frase algo provocadora del cognitivista Stephen Pinker, para quien música es a cheese cake, Bigand presenta una primera postura teórica en la que la música no cumple una función adaptativa y en la que las actividades musicales son consideradas como un lujo cultural. En esta línea de pensamiento, los recursos mentales no se desarrollan específicamente para la música sino para otras cosas. Sin embargo, estas herramientas pueden ser usadas para la música por puro placer. Así, en términos del propio Pinker, la caja de herramientas mentales puede usarse también para el arte, pero la música podría desaparecer de nuestra especie y el resto de nuestro modo de vida no cambiaría. En esta postura, que según Bigand se corresponde bastante con la opinión dominante, la música no serviría para nada.

La segunda postura que presenta Bigand queda planteada a partir de una pregunta que se hizo Charles Darwin: ¿Por qué el hombre hace música? Para Darwin la música no cumple una función adaptativa pero sirve para la reproducción de la especie, principalmente para la elección del compañero. Por otro lado, observa que la práctica musical se intensifica con la pubertad y decrece después de los 25 años, lo que hace pensar en una relación con la libido.

Una tercera postura es la de Sandra Trehub, en la que Bigand destaca el aporte de una visión femenina. Esta investigadora estudia la comunicación en la díada madre-hijo, una relación emocional que si no funciona puede poner en un gran riesgo la salud del bebé. La comunicación emocional es fundamental para el bebé y constituye una función adaptativa. Es importante entonces asegurarla, contando con el lenguaje como una herramienta. Aquí entra en juego la comunicación musical: es posible calmar al bebé cantando. La música presenta importantes ventajas adaptativas en la comunicación de la madre con el bebé. El desarrollo de estrategias para esta comunicación se explica entonces por la importancia fundamental para la adaptación humana. En este sentido, las canciones de cuna del mundo entero comparten muchas de sus principales características.

Bigand señala que, más allá de la importancia de la música en la comunicación durante la crianza del bebé, una vez que el niño crece, la música adquiere un rol fundamental en la cohesión social, reforzando los lazos en grupos que pueden ser muy numerosos, incluso más que para la comunicación verbal, fusionando a la gente, aumentando la confianza y facilitando además la sincronización motriz.

En esta función social, otro aspecto de la música es que favorece la empatía, algo que resulta esencial para vivir en sociedad porque permite conocer el estado emocional del otro. Luego de haber demostrado por medio de algunos experimentos una mayor presencia de empatía en gente que escucha música, Bigand destaca que al escuchar una obra estamos en empatía, al mismo tiempo, con el compositor, con el intérprete y con el público. Por estas razones concluye que la música favorece la relación con los otros.

Se pregunta luego si la aptitud para la música está ligada a un gen de la sociabilidad y nos refiere nuevos experimentos realizados por Ukkola y otros (2009), donde se estudió el gen AVPR1A encontrando que la música modula una hormona del altruismo. Surge aquí otra pregunta: ¿La música evolucionó porque favorece el altruismo? Cabe pensar entonces que la música pudo ser elegida en la filogénesis por sus ventajas con ese gen.

Hasta aquí fueron presentadas tres concepciones diferentes: en la primera, la música es considerada un lujo cultural. En las otras, ya con un mayor fundamento científico, se expone que el cerebro humano evolucionó para facilitar los comportamientos musicales, indispensables para la sociabilidad y para el cuidado de los niños.

Música y cerebro

A continuación, Bigand revisa las capacidades que pone en juego el cerebro humano vinculadas con la música, su función, su evolución y su desarrollo. Examina luego las investigaciones que comparan estas capacidades en personas con y sin formación musical. Finalmente analiza los efectos fisiológicos de la música y los avances en el estudio del funcionamiento cerebral de acuerdo con los aportes que vienen del estudio de patologías neurológicas.

El ser humano tiene una gran capacidad para reconocer, en un lapso brevísimo de tiempo, el origen geográfico y étnico de un fragmento musical, sin ser necesariamente un músico experto. Nuestro cerebro puede viajar en el espacio y encontrar en las características de la música escuchada algo representante de una cultura, pero también puede viajar en el tiempo e identificar diferentes épocas.

Bigand observa aquí que la música no es algo rígido, sino   que es una estructura sonora que capta una sensibilidad humana específica que a su vez puede ser captada por otra sensibilidad humana. Entonces, ilustra la conferencia con ejemplos musicales que cruzan dos épocas o dos estilos diferentes, en interpretaciones cubanas de Mozart, barrocas de los Beatles y hasta una versión de Stravinski desde Trinidad y Tobago. Observa, a partir de estas versiones, que lo que expresa la música no está fijado en una estructura, hay una abstracción que otra cultura puede atrapar. Señala entonces que el hecho de poder atrapar el sentido estético de una obra puede resultar inquietante.

Para Bigand, la música expresa algo de la dimensión humana más allá de la estructura que porta la obra, no se limita a un medio extraordinario de expresión de sentimientos, se trata de la expresión humana del hombre en tanto ser ético. En palabras del director de orquesta suizo Ernest Ansermet, es una expresión estética de la ética humana. Por otra parte, la música le habla al cuerpo, a la mente, a la dimensión espiritual, en ella están involucradas la vida y la muerte, lo mágico y lo místico, la metafísica, el amor. En definitiva, la música alcanza a toda la esfera de la personalidad. Contribuye entonces al desarrollo sensible, cognitivo y espiritual del hombre. El ser humano es musical por todas estas razones y la música no existe en el afuera más que el color: es el cerebro el que la construye.

Ahora Bigand se remonta a los orígenes de la música junto con Nicholas Conard, quien estudia unas pequeñas flautas que datan de 40.000 años antes de Cristo. Estas flautas primitivas son instrumentos muy antiguos, de la época del hombre de Neandertal, que, para algunos investigadores, constituirían verdaderas herramientas, dado que fueron manufacturadas. Esto determinaría la intencionalidad de hacer música. Entonces, para Bigand, no se puede creer que la música llegó más tarde. Se trata también aquí de la filogénesis.

Aquí introduce los estudios de Ivan Turk, quien sostiene que el bebé humano nace musical: el feto memoriza. Significa, entonces, que el cerebro en construcción ya memoriza objetos musicales. Por otra parte, se observó que desde el nacimiento hay una mejor habituación a la voz cantada y que ésta regula el humor del bebé. En los estudios realizados en este sentido, se procedió a medir el nivel de cortisona en la saliva del bebé para corroborar estos indicios observables.

Por otro lado, entre las capacidades perceptivas precoces para la música que se observan en el bebé, Bigand menciona la distinción de grupos rítmicos, el tratamiento del contorno y de los intervalos, el tratamiento de la estructura tonal, la capacidad para percibir fronteras entre las frases y la capacidad de aprendizaje de las regularidades.

Desde el punto de vista del desarrollo, Bigand nos recuerda que el niño viene al mundo con capacidades para todos los idiomas, pero que esta disposición se pierde al primer año. Es fundamental el papel del entorno, que en algunos niños va a favorecer el aprendizaje y en otros lo va a reducir. Sin embargo, hay niños que alcanzan niveles de experiencia incompatibles con nuestras teorías, tienen una predisposición para ir más rápido y llegar más lejos. Aquí toma como ejemplo, en el dominio de la producción, a los niños prodigios comparables con Mozart, que evidencian un gran nivel de experticia musical y plantean entonces el interrogante: ¿Se trata de una predisposición o de un gran entrenamiento? Hoy es posible encontrar en internet estos casos, como el de Ami Kobayashi, una destacada pianista de tan solo 6 años de edad. Se plantea aquí que el número de horas necesario para adquirir una experticia musical no se condice con la edad de la niña.

Desde el punto de vista de la audición, Bigand se refiere a Lerdahl y Jackendoff, para quienes todos somos auditores experimentados y por estar familiarizados con el estilo, ponemos en juego reglas que utilizamos para escuchar. La música requiere los mismos procesos cognitivos en los músicos entrenados en los conservatorios que en los no músicos entrenados en la vida cotidiana. Cuando se estudia a estos últimos, se utilizan estrategias afines a ellos con un vocabulario que incluye palabras conocidas, evitando los términos específicos de la teoría musical. La diferencia entre los dos grupos, músicos y no músicos, está ligada al manejo de un instrumento. En otras palabras: desde el punto de vista de la audición ambos grupos comparten competencias de escucha y no hay mayores diferencias, pero cuando existe una competencia instrumental entonces sí se plantean diferencias.

Por otra parte, en el ámbito de la ejecución vocal, Bigand menciona a Isabel Peretz. Para esta investigadora no resulta tan cierto que las personas sin formación musical canten desafinado. En sus observaciones, encuentra sorprendente la memoria absoluta de la altura de las canciones que demuestran quienes no son músicos profesionales.

En el caso de la creación, la diferencia entre músicos y no músicos es cultural, ya que en occidente no todos producen música. En todo caso, hay una competencia musical que existe independientemente de una formación musical específica y en algunos casos un aprendizaje musical intenso no es ni necesario ni suficiente.

Hay un desconocimiento de las capacidades de producción musical del gran público, en algunas experiencias se ha observado que los melómanos dirigen muy bien, aun sin formación musical. Existen en cada uno capacidades musicales más allá de la formación musical recibida.

Aquí Bigand plantea otra cuestión: ¿Vivir o hacer música? El tiempo dedicado a la música es, en todas las civilizaciones, muy importante. Los seres humanos invierten mucho tiempo y también mucho dinero, a tal punto que la industria musical mueve más dinero que la industria farmacéutica en Francia.

Siguiendo con la observación de una relación entre cerebro y música, Bigand señala que hay una gran resistencia de la aptitud musical a la enfermedad y remite aquí a la lectura de Musicophilia, una obra reciente de Olivier Sacks (2009). A partir de patologías que alcanzan al cerebro provocando la pérdida progresiva de una o más capacidades, sin involucrar específicamente la aptitud musical, es posible avanzaren el estudio de la relación entre el cerebro y la música. Entre estas patologías se encuentra el Síndrome de Williams, la sordera y la enfermedad de Alzheimer. En esta última, el deterioro exterior del cerebro no llega a la capacidad musical, por lo que puede pensarse que esta capacidad se aloja más bien en el cerebro interno, arcaico si se quiere. Bigand aclara que estas evidencias vienen de la patología del cerebro, no se trata de patologías psicológicas.

En el caso de los sordos, el sonido es experimentado en lo corporal y emocional y no en su dimensión semántica. Para Bigand, no se puede limitar la música al sonido, porque es más que el sonido. La música está constituida de gestos que son energía vital y hay una red que liga el sonido al gesto.

Siguiendo en el dominio de la fisiología, Bigand enumera algunos efectos de la música a nivel neurofisiológico. Así, se observó: un efecto dinamogénico o efecto aeróbico, que permite una mayor resistencia ante el esfuerzo; un efecto de regulación hormonal, como es el caso del cortisol y la testosterona; un efecto vasoconstrictor, que permite mayor resistencia al dolor y un efecto ansiolítico y antidepresivo, gracias al cual la música resulta reguladora del humor.

Plasticidad neuronal y pedagogía

Entrando al plano de la plasticidad cerebral y cognitiva, Bigand señala que resulta esencial para los pedagogos saber que modificamos mucho el cerebro del niño al enseñarle música. La música estimula la plasticidad cerebral y contribuye, por la reorganización de los circuitos neuronales afectados, a mejorar la recuperación de la motricidad o de la palabra. Entonces introduce la próxima pregunta: ¿La música es un neuroestimulador? La respuesta es sí.

El aprendizaje musical genera reorganizaciones anatómicas y funcionales en los músicos, tanto en niños como en adultos. Bigand presenta aquí los trabajos de Ebert y otros (1996), Schlaug y otros (2009), Pantev y otros (2009), Schoug y otros (2009) y Schön (2010). Nos señala que los cuerpos callosos son más importantes en los músicos y que hay una mayor asimetría en los planos temporales derecho e izquierdo. Observa además que en las personas con dislexia no hay asimetría y en los músicos sí. Por otro lado hay más memoria en los músicos pero no de cualquier manera: se observa una mayor representación somato sensorial de ambas manos en los pianistas y en la mano izquierda de los violinistas; en estos casos, las imágenes del cerebro muestran que el pliegue de la zona de las manos adquiere la forma de la letra omega, esto se conoce como omega signe.

Ahora Bigand se refiere a los niños, en los que el cerebro es más plástico y hay más substancia gris. Un breve entrenamiento musical engendra una reorganización de los circuitos neuronales y esto también se evidencia en los debutantes jóvenes y adultos. Nos refiere entonces que, de acuerdo a los trabajos de Kraus, el tronco cerebral, una región antigua del cerebro, es modificado por las experiencias auditivas. Es decir, que incluso esa parte tan arcaica del cerebro también puede tener plasticidad al ser expuesta a la música. La plasticidad que da la música tiene sus beneficios: se comprenden mejor las señales de ruido.

En el caso de los adultos debutantes, un breve aprendizaje musical mejora las integraciones multimodales. Por otro lado, existe una conexión entre las dos partes del cerebro que se activan al escuchar y al tocar y, gracias a esta conexión, una parte activa a la otra. Bigand nos refiere a un estudio de Lappe (2008), con pianistas principiantes, en el que se observó mayor reorganización del cortex auditivo luego de dos semanas de aprendizaje, que en la escucha pasiva. Observa sin embargo, que luego de un aprendizaje instrumental débil, la escucha pasiva de una obra mejora la performance tanto como la práctica del instrumento y nos remite entonces al trabajo de Lahav (2003). Concluye afirmando que la vinculación entre percepción y acción es esencial y por eso es importante crearla en situaciones de aprendizaje.

Bigand introduce aquí el problema de las patologías cerebrales como consecuencia de un mal aprendizaje. La plasticidad del cerebro es simple pero tiene límites. La distonía es una enfermedad de la motricidad fina que aparece en los músicos causada por un mal aprendizaje. Ilustra con un ejemplo en la ejecución de los trinos: dado que la proximidad física de los dedos implica proximidad neuronal en la zona del cerebro que trata la ejecución, si se le exige una repetición virtuosa, el cerebro sigue amablemente pero en un determinado momento en el cerebro no hay más lugar; el exceso de trabajo sobrecarga las zonas del cerebro que tratan la información motriz hasta que se superponen. Este es uno de los ejemplos de un aprendizaje contraproducente. Hay una mala concepción del entrenamiento, un entrenamiento de concepción militar si se quiere. La rehabilitación del pianista es muy lenta y solo puede tocar cosas muy simples. La distonía no se anticipa en los pedagogos. No hay distonía en los músicos de jazz, la hay en los músicos clásicos. Insiste entonces que esto debería integrarse en la concepción de aprendizaje, más que esperar a que aparezca.

Bigand plantea ahora la siguiente pregunta: ¿La música hace que seamos más inteligentes? No duda en afirmar que la respuesta es sí. Presenta los experimentos llevados a cabo por Rauscher y Shaw (1993). En estos trabajos, 10 minutos de escucha de la sonata K. 448 de Mozart produjeron un mejor rendimiento intelectual en tareas de razonamiento espacial, respecto de la relajación y el silencio. Por otra parte, la música permite una trasferencia positiva sobre actividades no musicales y esto se vio por primera vez en estudios realizados por Schellemberg (2004). El entrenamiento musical se asocia a mejores performances en tareas motrices, verbales y matemáticas. Desde un punto de vista educativo se desprende la importancia de los beneficios que aporta el aprendizaje musical. Desde un punto de vista científico hay que interrogarse sobre el por qué.

Entonces se pregunta: ¿La música es un neuroprotector? Una vez más la respuesta es sí. Bigand nombra a Soto y sus colaboradores (2009), quienes estudian la música como herramienta de remediación de afecciones cognitivas, en pacientes que padecen heminegligencia (o hemi-inatención) visual. Menciona además a Tallal (2004), Overy (2003), Santons (2007) y Schlaug (2008) con trabajos sobre entrenamiento musical y reeducación de la dislexia. Otros estudios se dirigen a los pacientes con afasia. En Canadá, Isabel Peretz utiliza la musicoterapia para ayudar a pacientes con el mal de Parkinson a recuperar la capacidad de análisis sintáctico. Por otro lado, también se realizaron estudios en pacientes con un accidente cerebro vascular aplicando una batería de test para la memoria verbal, el lenguaje y la cognición visuo-espacial. Escuchar música beneficia funciones no musicales, especialmente lingüísticas. Esto también se observó asimismo en enfermos de Alzheimer. Para Bigand, la música actúa como herramienta remediadora de dificultades de la memoria y se memorizan mejor los textos cantados que los hablados. Se trata de una estimulación cognitiva que además es social.

Luego presenta otro gran beneficio de la música sobre el cerebro: la doble activación. Con el gesto y el sonido se activan dos zonas cerebrales diferentes. El gesto está también en el sonido cuando escuchamos.

Finalmente, ¿La música retarda el envejecimiento cognitivo? Bigand nos refiere que el envejecimiento cognitivo es menos marcado en músicos expertos, y que no sucede lo mismo en expertos de otros dominios.

Embodiment

Aquí Bigand vuelve a los primeros interrogantes, ¿Por qué la música tiene tanto poder? Para terminar con esta primera parte, introduce el término embodiment aclarando que resulta de difícil traducción. Su significado es experiencia del tiempo pero es una experiencia que involucra lo social y lo cognitivo además de lo emocional.

La música es cognitiva, es emocional y es corporal. Son tres esferas las que se ponen en juego a la vez: cognición, emoción y hemodinámica, esta última por el gesto motriz. Aquí es citado el neurobiólogo Antonio Damasio por sus trabajos sobre la emoción. La música es poderosa por todas estas razones…

Finalmente, Bigand considera que si bien para tratar cada parámetro de la música, se activan diferentes zonas del cerebro, los efectos de la música en nuestro cerebro sobrepasan al sonido, van mucho más allá, no se trata sólo del sonido en su dimensión acústica. La estructura musical activa zonas diferentes del cerebro y esas zonas reciben una caricia sonora, pero además, actúa la estructura misma de esa caricia. La música nos enciende el cerebro, por eso se trata, en términos de Emmanuel Bigand, de una verdadera sinfonía cerebral.

* * *

Tuve la oportunidad de escuchar a Emmanuel Bigand en diferentes ocasiones desde 1995 hasta el presente, en la Universidad de La Sorbona, el IRCAM, el Palais de la Découverte y ahora en el auditorio de la calle Raspail, en esta jornada organizada por la ARIAM. En todos los casos resultó tan interesante como enriquecedor y a la vez sumamente ameno. Su exposición es clara, generosa, abierta a las preguntas y al diálogo, adaptada a las características de un público experto en algunos casos, o proveniente de otras especialidades en otros. Su estilo de comunicación combina el rigor científico con una calidez que favorece la comprensión de temas abstractos y complejos, porque además en su discurso está muy presente el humor. Tanto en los seminarios de La Sorbona, cuando exponía las características de la Teoría Generativa de la Música Tonal, como en el IRCAM (al lado de los propios autores), o en el marco de la Semana del Sonido en Paris y finalmente en esta última conferencia, Bigand trascendió el hecho de comunicar simplemente a su auditorio una cierta cantidad de información académica, para contribuir más bien a la formación profesional de los presentes al transmitirnos su vasto conocimiento y su experiencia. A partir de cada una de sus intervenciones, que siempre son de un alto grado de excelencia, no caben dudas del crecimiento profesional de Emmanuel Bigand, en el marco de una carrera brillante.
Nota:

Nota: Los temas abordados en esta conferencia están desarrollados en la revista L’Essentiel. Cerveau & Psycho, en el número de Noviembre 2010/Enero 2011, titulado “Le cerveau mélomane” (Paris, Francia).

 

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Asesor del Boletín: Favio Shifres
Buenos Aires: SACCoM. ISSN 1852-4451
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